Clientela

El boulevard era una alfombra oscura, jaspeado de brillo de noche  y ahí, en el centro de él, estaba Babel.
Estacioné el auto y bajé para meterme casi seguro en aquél cabaret. Las luces me sellaron la vista. El verde claro,el verde botella , el verde ozulado y el rojo oscuro con un amarillo punteado...  Todos esos colores, revolviendome de a poco. Toda esa mezcla de luces, enredandose en mis emociones sobre una gran exposición de cuerpos descubiertos. Me sentía expulsado de un cielo de letras, aquél que había armado cuando el sol salía. Me sentía exceptuado, proscripto de la vida con mi familia. El recorrido con mi cabeza fue como pasar por varios pueblos. Ella miró como sin querer y el viaje continuó hasta detener mis ojos. Allí estaba otra vez ella, como una parada con marquesina. Subía su blanca pierna a una silla y despacito se acomodaba  su media negra. El transparente de sus ojos se iluminaba cuando las luces azotaban cerca de ella. Sus ojos casi, casi verdes se adaptaban al ruido violento y al prepoteo constante de los adinerados con varias medidas de alcohol, que exponían de manera abierta su codicia y su fe por encontrar a alguien. Y en ese instante, su mirada me condujo a un puñado de letras futuras, era el motivo más excitante que salía bajo el cielo oscuro, donde todo estaba cubierto de la luz pálida  que terminaba alumbrando su cuerpo desnudo, como si estuviera sentenciado a un viaje, sin rumbo, sin final, a bordo de kilómetros vacios.


Dijo un colega cierta vez.. "Algunas cosas se hacen tan nuestras que las olvidamos".
Conocí a Olivia en uno de esos días en los que olvido a las personas que conozco; si no hubiese sido por la encubierta memoria de mi piel jamás hubiera recordado el camino de regreso hasta sus piernas.
Y aunque mi intención no fue más que poseerla por algún instante breve y fervoroso, permaneció durantes semanas impregnada en los espacios libres de mi pensamiento, entre sorbo y sorbo de amargo alcohol, o agazapada en las sangrías de mis párrafos.
Evité reincidir en ella mientras mi aliento se mantuvo leve, pero los días posteriores se hicieron nebulosos, turbios y desapacibles.
Esa mañana dejé mi vida tal cuál era, sin mirar atrás para no arrepentirme a tiempo, así somos los soñadores, bajo nuestras ropas somos carne viva pero continuamos a rastras buscando las metas sin importar los hechos consecuentes.
Suicidas frustrados, cobardes, hemos sido envilecidos por el mundo.
Decenas de libros con sus etiquetas doradas de bestsellers se herrumbran vanidosos, mi nombre en cada tapa..
No me avergüenza decirlo, soy un poeta que se acuesta con una puta que no toca mi billetera, pero volatiliza mi alma; me vacía y lanza a la calle con solo dos latidos, uno para que vaya y busque poesía en la ciudad de las bestias, el otro para que corra hasta ella y vomite belleza en su lecho, a cambio de solo un par de latidos más.
Olivia es su nombre, al menos eso me dijo la primera vez.




Manuel.